domingo, 5 de octubre de 2014

Una copa de vino

Sentado en el sofá miro por la ventana. El sol comienza a desaparecer tras las gloriosas montañas. La luz decadente me da de lleno en los ojos, siento como una gota de sudor resbala por mi sien. Hace calor.
Hace tres semanas que el verano comenzó y no nos da tregua. Las sofocantes temperaturas hacen añorar el invierno.
Bajo la vista hacia el libro que estaba leyendo. Un torrente de satisfacción recorre mi mente. Estaba por llegar al clímax de la historia cuando el calor de la habitación me distrajo. 

Aún con las ventanas abiertas y usando ropa delgada el sudor hacía acto de presencia. El verano recién comienza, pensé, aún quedan varios meses de agonizante tortura.
El viento tibio que entraba por la ventana no hacía más que acentuar mi incomodidad. Sentía la boca seca.

No podía concentrarme nuevamente en la lectura. Una gota de sudor cayó sobre la página del libro. Esta la absorbió como si estuviera tan sedienta como yo.

Con la respiración una tanto agitada, producto de la sofocante sensación que existía en la estancia, dirigí mis mirada hacia el pequeño mostrador de madera que había en mi estudio. Observé las copas relucientes que reflejaban la luz del sol en diminutos destellos que aturdían los sentidos. Se me ocurrió una idea. Llamé a mi empleada y le pedí que me trajera la botella de vino más fría que hubiera en la casa.
Sentí como los pasos bajaban al subterráneo, hacia la bodega. Los peldaños de la escalera crujían con cada paso.
Al fin llegó ante mi una botella de vino blanco, resplandeciente como el sol. Pedí a la muchacha que se retirara antes de que se ofreciera a servirme una copa. Quería sentir por mi mismo el frío cristal bajo mis dedos al llenar el recipiente.
La botella estaba helada, una sensación de gratitud acudió a mi. Sentí el frío en mis dedos al verter el contenido de la botella en la copa.
Me saboreé los labios. Acerqué el vaso a mi boca y bebí. Sentí el amargo y a la vez dulce sabor en mi boca. Un ardor agradable se deslizó por mi garganta al tragar. El frío brebaje se deslizó hasta mi estómago, a través de mi pecho, liberándome, por un par de segundos, del insoportable calor.

Volví a retomar el libro tras dejar la copa en la pequeña mesa junto a mi. El héroe de la historia estaba a punto de enfrentarse con el villano. La intriga me carcomía el alma. Llevaba dos semanas leyendo aquel libro y hoy, por fin, lo terminaría. Pero había algo que me distraía. El calor.

Las cortinas se agitaban sin cesar a causa del viento, pero este no era más que un fluido tibio y sofocante.

Esta vez sentí el sudor en mi cuello. Volví a mirar la copa de vino, impaciente. Otro trago no me haría mal. No acostumbraba a beber, pero hoy era más que necesario. Me llevé la copa a los labios. Volví a sentir el amargo (aunque ya no tanto) sabor en mi boca. Sin darme cuenta, me bebí todo el contenido.
Qué más da, pensé. Las bodegas están atestadas de vino que nadie disfruta. Las botellas solo se abren cuando alguien importante osa pisar esta casa, y eso no ocurre con frecuencia.
Con entusiasmo alcé nuevamente la botella  y volví a llenar mi copa. Bajé el brebaje a la mitad antes de retomar la lectura.

Las letras bailaban ante mis ojos. La ira de los personajes se dibujaba en cada párrafo junto con la pena de los inocentes. Linea tras linea seguí leyendo, adentrándome en aquel mundo.
A cada página que pasaba, un trago. Cuando me percaté, la botella ya estaba vacía. Mandé a buscar otra.

Me puse de pie y fui a buscar una copa más grande. No había tiempo que perder, quedaban diez páginas de aventuras.

Llené el recipiente. Un tercio de la botella desapareció.

El calor me acechaba. Sentía su abrazo, me escocía la piel. El sudor afloraba en mi frente mientras el alcohol hacía una fiesta en  mi cabeza.
Vi como los personajes del libro se movían ante mis ojos. Estaban vivos. Parados frente a mi, hechos solo de letras, sentía sus corazones palpitar mientras las lineas pasaban ante mi vista. En sus venas no circulaba sangre, era tinta lo que les daba vida.

Cinco páginas... un trago.

Cuatro páginas... un trago.

Tres páginas... un trago.

El héroe de la historia había muerto. Aquella historia no tenía un final feliz.

Eso me gustó.

La historia era realista. El bien no triunfa siempre.

Una página.

El villano celebra. Grita a los cuatro vientos, haciendo alarde de su victoria. El bando perdedor se sume en la tristeza. Se les vienen tiempos difíciles.

Pobres desgraciados.

Leo la última frase con una sonrisa en los labios. Cierro el libro, le acaricio el lomo. Vuelvo a leer el título.
Dejo el libro sobre la mesa junto a la copa de vino a medio llenar. La botella está vacía. Pido la tercera.
El sol termina de esconderse en el horizonte, provocando que la realidad se vuelva tenue y sombría. Los ojos me pesan.

La botella llega, se abre y rellena el vacío de mi copa.

Agito el contenido, lo huelo. Siento el dulzor recorriendo mis fosas y los últimos rayos de sol golpeando mi rostro.

Río. Bebo.






2 comentarios:

  1. Muy buen relato, con un estilo literario espléndido. Me ha gustado mucho cómo transmites el calor que siente el protagonista, has conseguido que me venga a la cabeza algunas sofocantes tardes de verano. Sigue escribiendo que se te da genial, tío.

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