sábado, 17 de mayo de 2014

Introspección

Volví a aquellos tiempos en que la inocencia aún circulaba por mis venas. Me vi pequeño e indefenso. Por esos días en mi cabeza solo existían ideas infantiles. Jugar, jugar y jugar. Las preocupaciones no perturbaban mi mundo. Unos años más tarde, mi mente se abría a nuevas ideas, a nuevos horizontes. La inocencia poco a poco se fue mitigando, haciéndose cada vez más débil hasta que solo fue un recuerdo. Me vi a mismo cometer error tras error. Me avergoncé de mi persona por tantas cosas que dije sin pensar. Sentí pena de las veces que me vi llorar y sufrir por lo que ahora considero una tontería. Quizá, por aquel entonces, le di demasiada importancia a aquello.
En el camino conocí la amistad, el amor y el odio. Llegaron a mi vida personas valiosas con las que compartí y disfruté. Atesoré momentos inolvidables. Aprendí a confiar y a desconfiar. También aprendí a valorar a las personas por lo que eran y no por lo que tenían. Averigüé lo que era el amor, aquel sentimiento impredecible y misterioso que así como nos alegraba nos entristecía. Sucumbí a sus encantos y sufrí las consecuencias. Vislumbré como el odio nacía en mi interior, pero antes que tomara forma lo deseché. No creo tener la capacidad de odiar a alguien. Hasta el día de hoy he perdonado a cada persona que me pudo causar daño alguno, ya sea de forma intencional o no.
Haciendo un recuento de lo que soy hasta ahora, creo haber aprendido muchas cosas y otras tantas que, quizá, no quise aprender. Creo haber aprendido de cada uno de mis errores. Disfruto de cada momento, pues todos son valiosos, y más aún cuando estoy con las personas que yo he elegido para que sean parte de mi realidad.


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