¿Por qué contener las palabras cuando estas nos ahogan y nos
comprimen el pecho queriendo salir lo más rápido posible por la boca? ¿Por qué
las detenemos cuando nos golpean la garganta, y en vez de liberarlas las
engullimos esperando que se acallen? ¿Por qué tener miedo a hablar, a decir lo
que se piensa y peor aún, tener miedo de decir lo que se quiere decir? Las
palabras son armas poderosas. Pueden herir y pueden sanar. Son el mejor de los
consuelos y el peor de los tormentos.
Mucho tiempo viví temiendo a las palabras que mi lengua
podía articular, aunque con el tiempo comprendí que no le temía a mis palabras,
entendí que le temía a las palabras que recibiría de vuelta. A la respuesta.
Pero el tiempo también me enseño que el miedo nada importa.
Me enseñó que no decir lo que piensas equivale a no existir. Y hoy más que
nunca tengo ganas de existir…
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